lunes, 8 de octubre de 2007

Comprar el Pan


Entro por la puerta, el calor del horno me roza suavemente la cara. Con el fresquito que hace, da gusto entrar en la panadería.


Una pequeña cola de gente se encuentra observando la distinta repostería posible, el pan que quieren adquirir, y van decidiendo para sus adentros qué van a pedir.


Como en tantas otras ocasiones, ya noto las miradas ocultas de las panaderas, la sonrisa benévola y pícara a la vez. Me saludan aún cuando faltan varias personas por pedir. Risas, gracias, ya ha comenzado el espectáculo: pretenden sacarme los colores.


Con una timidez propia de un niño de 8 años me acerco espectante y sonriendo estupidamente al mostrador. Pido mi pan, mientras una de las panaderas chincha "por lo bajini" a la otra: ¡¡Le he atendido yo!! Parecen decirse con la mirada vampiresca que tanta gracia me hace.


Un piropo, una gracia entre ellas en voz alta para que me dé cuenta, un gesto de cariño, un cogerme la mano al darme las vueltas, y un hasta la próxima. "No vuelvas a tardar tanto en venir", me suelta a modo de despido.


Salgo a la calle, el aire se torna diferente. Siempre me suben el ánimo, pienso para mis adentros.


Si es un día gris, no saben de qué manera consiguen calmar mi mundo. Si es un día bueno, no saben de qué manera refuerzan mi autoestima.


Claro, si siempre que vas a comprar el pan, lo compras con tanto gusto, se acaba cogiendo cariño a las panaderas.


Quizás algún día haya que invitarlas a una cerveza a modo de agradecimiento. Ya llevan dos o tres años así, y son una ayuda cotidiana incondicional. Siempre sonrientes y serviciales.


Las personas que atienden al público, son muy importantes. En mi vida personal, como boticario, espero poder llegar a estar a la altura de estas panaderas, y que alguna vez algún chiquillo o chiquilla, en un posible diario, blog, o lo que sea, pueda sentirse agradecido de mis intervenciones en su cotidianidad...


Me encanta comprar el pan. ¿A alguien no le gustaría?

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